miércoles, 27 de octubre de 2010

Fragmento del Epistolario (epístola nro. 7)

“Le tengo miedo al silencio por lo mucho que perdí” Atahualpa Yupanqui

Muchas historias en una. Barro y lentejuela lamiéndose mutuamente. Las guerras pueden ser de besos o balas. Me apunto a la primera y me preparo para la segunda.

*******************************

Anoche, que sigue siendo hoy, frente a la pantalla con mi porro labial que es de color rojo carmín, tomé la medio firme decisión de aprovechar que nadie me espiaba para teletransportame. Confieso que lo hago muy a menudo. Cuando siento que el mundo se me viene encima no consigo ser techo sino infierno ardiente de hacia dentro, de puro suelo pateado. Envidio TU capacidad de ser techo con la acupuntura de las gotas de lluvia que son mis besos. Sin desviarme de mi pequeño pecado de huída, decidí despegarme dejando allí mi cuerpo frente al ordenador y largarme a la playa (que de noche siempre está más bonita) a restregarme con el carmín y el humo en la arena húmeda….

En esa fiesta amoral de irrealidad y bebiendo agua salada ayudándome de las delicadas caracolas de la orilla, encantada con mi huída y cantando a pleno pulmón The Partisan de Leonard Cohen, en plena fricción amorosa con la playa, para mi absoluta desgracia, divisé andando con paso de elefante aburrido, una figura casi deforme de gorda que se sobresale de si misma, pegando gritos con un megáfono de efecto metálico e hiriente.

Maldita puta –pienso- estoy harta de ella, no me voy a mover, me quedo aquí y voy a probar a cerrar los ojos, a no respirar, a ver si pasa de largo y no detecta mis latidos acelerados de esencia de odio.

1- En diciembre de 1978 celebrábamos la nochevieja en un piso muy vacío de algunas cosas y muy lleno de otras. Esta es la historia de cómo descubrí con dos años y medio lo rico que está el champagne y el sinsentido de brindar.

Sus pasos se sienten llegar no por el ruido sino por los alaridos de los puñaditos de arena que reciben aterrorizadas sus pisadas furiosas. Intento aguantar con mi técnica de invisibilidad pero se para en seco al llegar a mi lado y me grita con una voz chillona de telefonista que le pega al speed y al bourbon a palo seco: idiota, cría de mierda, te crees que puedes burlar a la Realidad con tus jueguecitos de adolescente maníaca? Mírame a la cara!!! Y para mi sorpresa y sacando valor del último sorbo de agua salada despliego mis alas negras y le increpo: tía, me aburres, me das asco; sin mediar más palabra vomito sobre ella medio litro de sangre.

Es obvio que la cosa se pone fea. Enfrentarse a doña Realidad con semejante chulería e insolencia siempre tiene terribles consecuencias. . . pero mi estado emocional está dividido entre la pantalla del ordenador y la playa, e ingenuamente me envalentono convencida de que me puedo permitir vidas paralelas sin causar mayor desgracia, toreando con mi gracia femenina los asteroides de lo imposible. Está clarísimo que ELLA está cabreadísima, todavía está limpiándose las gafas cuando me agarra para estrangularme con uno de sus brazos de fuertota abusadora (es tía, así que la patada a los huevos no vale y me tiene agarrada de tal forma que no puedo retorcerle los pezones hasta arrancárselos) y me estampa contra el muro que divide ciudad de playa. Escúchame bien, niñata de mierda, tengo a mi cargo a todo este puto mundo de neuróticos y dementes como para tener que perder demasiado tiempo contigo –le tiembla la papada y escupe como la cerda que es- y ya te he abierto cuatro expedientes, el quinto lo dejo a tu elección: psiquiátrico o cárcel, bonita ( b o n i t a, nunca me habían insultado con semejante desprecio).

2- Volvemos a esa preciosa nochevieja del 78 en que vestía dos años y tenía el pelo rubio, volvemos a ese piso medio vacío y medio lleno, agarra mi manita pequeña y síqueme. Mis padres andaban en la aventura de la familia apretaditos de pesetas (ya éramos tres hijos, yo la única niña) pero aún así no faltaron ni los langostinos ni el champagne. Yo era yo. La misma con veintiséis años menos. Mi hermano Miguel presumía de mayor con el alcohol y yo (que ya era yo) reclamé los derechos de una enanita de dos años bebiéndome media botella a base de pedir que me llenasen sólo el fondo de esa copa tan bonita que deformaba mi cara en tu ogro (ya entonces había empezado todo, ¿lo tocas?, ¿lo sientes?).

Doña Realidad casi me está dejando sin respiración y ya me escupe sin disimular, con absoluta indiferencia por las viejas normas de cortesía y educación. Cómo me odia, maldita frígida obesa de poder, qué asco, sus dedos rechonchos apretando mi cuello de inmortal, gulímica de almas, puta sin gracia. . . Me da igual que lea mi mente, me suda el alma TODO- y cuando digo TODO lo digo con la boca tan abierta como quien le va a hacer una mamada a un tornado- suéltame abusona sin coño, suéltame –mis dientes rechinan y mi lengua asoma dirigiéndose a su boca con sonido de serpiente en tensión. . . poco a poco va aflojando mi asfixia, todavía sucia de mi vómito de sangre se retira unos centímetros… tú lo has elegido, se aleja más; te esperan la cornisa, el cuchillo y las lágrimas. Puedes ser una pero eliges ser dos. Todos los artistas son imbéciles, me dan demasiado trabajo. . . y se retira con su paso de elefante aburrida, un poquito más delgada después de nuestro duro y carnal enfrentamiento.

3- Mis padres notaron enseguida mi velada y temprana afición por el champagne y pensaron que jugando a niños me ganarían. Para beber, antes hay que brindar – mi padre con una voz muy dulce que la recuerdo como en sueños- así que brindemos por el hermanito que viene (mi madre ya estaba embarazada de mi cuarto y último hermano) y –añadió con esa misma voz que nunca olvidaré- por deseos y cosas útiles, por sueños que quieres que se cumplan en una noche especial. Como ahora, hoy, siempre, no me doblegué. Con mi poco más de medio metro agité excitada mi copa de dos centímetros por encima de la mesa y grité con todas mis fuerzas: brindo porque sí! Las risas inundaron la habitación y colé tres brindis porque-sí, con una embriaguez deliciosa que ya entonces me hacía sentir como una Ginger Rogers impermeable a mi entorno. Al quinto brindis me estrujaron la gracia de niñita inocente y me dijeron que ya no valía porque-sí. . . y como ahora hoy y siempre, sonreí con una mueca malévola y dije:

brindo por: “la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos señor dios muerto….

y todos se callaron.