martes, 27 de noviembre de 2012

CESÁREA



Tu vida puede cambiar totalmente en apenas una hora. Mascarillas y una botella de suero que gotea. En una camilla floto a través de pasillos que veo borrosos. Un pinchazo en la columna y mis muslos se quiebran en un chasquido. No siento nada más que el aleteo intranquilo de mi alma. Personal médico. Color verde. Mi ginecólogo que es un ángel disfrazado descubre de qué está hecho mi vientre. Sus manos revuelven tripas, recuerdos y sueños. En vez de derramar sangre saltan a volar mariposas y animalillos semireales. Se hace el silencio. Mi primer hijo surge llorando con la fuerza del dragón. Tiemblo y lloro. Nos comunicamos a través de las lágrimas que es un mar cálido que nos puebla. Se vuelve a hacer el silencio. Mi segundo hijo surge de las entrañas con el potente llanto de quien descubre el mundo. Tiemblo. Soy madre y el mundo se vuelve borroso y más borroso. La felicidad me inunda y la anestesia apaga mis ojos.

                            A mis hijos Alejandro y Gabriel, nacidos el 11 de Febrero de 2002 a las 20:45

viernes, 2 de noviembre de 2012

MIRAR DE FRENTE








La tinta extensión de las venas, el corazón bombeando agotado sangre desaturada, los pulmones inventando un aire más respirable… Escribir me duele. Conlleva dejar la lentejuela-confeti para adentrarme en la parte del iceberg que cubre el agua. Excavar, mover músculos, diseccionar recuerdos de percusión insoportable… Escribir me devuelve a la realidad emocional de hueso, a la tristeza que se derrama formando el charco que evitas, al aliento dentadura de acero de la soledad soplándote en el oído, susurrando las palabras exactas que desatan el miedo más aterrador.

Si pacté, y debí de hacerlo siendo pequeña, ganarle tiempo al tiempo, cambiar el tic-tac por el tac-tic, tuve la valentía y la estupidez de decidirlo sabiendo que era una guerra imposible: mi comodín sigue siendo la fuerza y haber aprendido a manejar la síncopa (el tiempo se pone nervioso cuando le cambias el ritmo). Mi sentencia se cumplirá cuando el cerebro pierda el ritmo y la capacidad armónica de manejarme en muchos canales. Aguanto con temple aunque escuche el ruido seco y furioso de las olas contra las rocas del acantilado. Cuando el sonido se vuelve ensordecedor sordino y me alejo de las altas rocas quebradas. Aúllo desde meseta y me agarro al suelo con raíces de baobab. El pensamiento se relaja y las piernas aletean luchando contra la gravedad del cielo.

Tac-tic son mis hijos. Sin el tac-tic no hubiese podido mantenerme en vertical. Un ecosistema con rutinas rigurosas que deben de cumplirse. Les acurruco en la ladera del volcán alejándoles del cráter que a veces escupe lava de impotencia. Les protejo de mi erupción congelando el magma que pide rebelión sin piedad. El frío y el calor, crear un microclima que les proteja y me permita mantener ordenado su ecosistema, seguro y apartado del resto de ecosistemas en los que debo desenvolverme aunque no me agraden. Tac-tic y en un sólo día son veinte las nuevas palabras, muchas las sonrisas, el tacto de nuestras pieles apeluchadas, el momento mágico en que nuestras miradas se centran y nos dejamos invadir construyendo un concepto de ternura paralela, más allá de la suavidad comenzamos a existir en una dimensión de tacto transparente... Tac-tic y me tropiezo con mis ojeras que son sombra de sombra, la lavadora exige su ropa, los platos su jabón, los alimentos una ubicación correcta, la fregona su bailoteo de brillos, los libros y los discos su lugar; los objetos son aliados en ese orden que es mapa de seguridad para mis peques. Tac-tic y no duermo porque la señora tos amenaza, tac-tic y ya estoy rescatando a uno de ellos de un mal sueño, del sudor de la pesadilla. Sigue el reloj enfadado, aturdido todavía por tan absurdo cambio que hice ofreciendo mi vida si perdía el pulso, esperando a que flojee y decaiga marchita. Las tostadas de los niños a las 7.15, el desayuno de mis padres a las 7.35, el bus a las 8,20. Volver y manejarme en el ecosistema de la casa de mis padres, descolocada y cada vez más callada, con el miedo de que tan sólo una palabra desestabilice el resto de sensibilidades y la respuesta sea desmesurada. No hay caparazones que aguanten tanto estrés sin erosionarte. La tensión crece, me siento ofendida pero me contengo, repito el mantra acogedor que me recuerda que devolviendo el bien ganas aunque te sientas cada vez más vulnerable. No merece la pena atacar porque la dentellada acabará sangrando en tu muslo, porque en el último instante dirigirás la mandíbula hacia tu cuerpo y no serás capaz de devolver el daño. Muchos años para aprender a sintetizar, esquivar, acoplar, defender y mantener la vida. Tac-tic y abro el registro de mis roles, madre, pareja, hija, hermana, amiga. Marco en la orilla imaginaria cinco caminos sobre la arena húmeda con el consuelo de que todos terminan en el mar. Si la hija falla el dominó de roles desplaza una pieza contra la siguiente hasta terminar con una hermosa recta de figuras tumbadas unas sobre otras. Blanco sobre negro. Negro sobre blanco. Llego al continente de la pareja desorientada y sin desprenderme del planeta hijos, con la alarma epidérmica que cuando suena te arrebata. La mujer desdibujada como un boceto que has intentado muchas veces redefinir, ya emborronado, puños y manos con restos de carboncillo, la impotencia galopando en círculos. La piel que ha olvidado ser tocada sin asustarse, que se aleja… Observas el movimiento de esas circunferencias que eres incapaz de resolver o parar. Necesitas el abrazo pero no lo pides. Necesitas comunicarte pero el miedo cada vez te vuelve más reservada. No reconocer tu cuerpo y que el deseo no responda a tu silbido se parece mucho al desierto mental. Amar condicionada. Amar en rectángulo tras el exilio de la curva. Línea recta. No parar ni un segundo dirigida por una ansiedad implacable que al darte las buenas noches te recuerda las cosas que olvidaste hacer y todas las que debes de hacer al día siguiente. Cereales, peluches que se han convertido en familia, calima, Pulmicort, chubasqueros, la centena y aprender a llevarte una, recordar que la leche tiene que estar tibia, la miel, fonemas nuevos que abren fronteras, saber leer y saber comprender, sumar ocho manzanas, los dientes arriba-abajo-muelas y no olvidar la lengua, canciones que hacen suyas, hormonas, niños que dejan de ser niños aunque sigas recordando el matiz exacto de la mirada de pupila infantil, los deberes, digerir los obstáculos y hacerlos pequeños, “pescar perlas” y dejarnos poseer por la música, respetar los turnos de ocio, compartir, juegos de manos juegos de villanos, consolar lágrimas torrenciales y soplar sobre las petequias, cambiar el chip de la tragedia hasta recuperar sus risas, rescatarlos cuando han navegado demasiado lejos y se tapan los oídos, evitar la sobre estimulación, aprender a girar con ellos y a relajarte, manejar un lenguaje en el que poco a poco entras, ingresos hospitalarios, niños que se ríen de ellos y la durísima  pregunta: ¿soy tonto o anormal -absolutamente desorientados-?,  Xazal porque el Aerius pone a Alex como una moto, ni tonto ni anormal que eres maravilloso no les hagas caso,  dolor terrible por dentro, seguir luchando para buscar su hueco, “Björk con nosotros” última frase tras despedirse del padre, disfraces e inventar pelis, frotar con la esponja todas las partes del cuerpo, apóyate en mami que te puedes caer, malas caras a primera hora.... “cerebro de gusano”, “mamá castigada”, “cole tachado”, “paparruchas”, “agghco iris”, la canción del Oso Boog y PinPón, apagar la luz que a uno le da miedo y que al otro le encanta, democracia luminosa, la velocidad de mis pasos descalzos corriendo del pasillo a su cuarto, “no hagáis ruidos que los abuelitos están dormidos”, las broncas, daños colaterales de la interrupción de una siesta con los Jackson Five a todo volumen, controlar a uno que está en un cuarto mientras el otro la lía en el otro, la incapacidad de duplicarme, estar mala con 39 y seguir palante, guerrilla de amor en busca de nuestro lugar en el mundo.

Enfado y rabia al contemplar que son más las personas que miran hacia otro lado, “fiu fiuuuu.. que estos chavales son distintos y lo distinto da miedo”, amigos de verdad y amigos de a trozos, parejas con las que compartiste más a la mujer que a la madre y que como amigos siguen sin implicarse porque no entienden que ya no puedes separar a la mujer de la madre. “Fiu fiuuu que tengo un entorno tope majete de la ruta birra-tapas para despertarme otra mañana sintiéndome más o menos igual de vacío”. "Creo mucho en el amor y en cambiar el mundo pero lo hago a través del periódico y en las manifestaciones", cuando la única manera de cambiar el mundo es dándose a los que están más cerca, no negándolos, bajar las metas imposibles que se convierten en “es que tal y como está el mundo ya es imposible cambiarlo” y buscar propósitos más sencillos. Cada día, cada momento puedes hacer algo para mejorar el mundo. Ayudar a cargar la compra a la vecina de ochenta y tres años, sonreír aunque no te saluden, escuchar a quien te lo pida aunque resulte cansino, arrimar el hombro aún cuando estás cansad@, cuidar el medio ambiente (que ya es medio), informarte de lo distintos y parecidos que podemos ser los seres humanos y de cómo a veces tenemos que aprender a querer de distintas maneras, observar y darte cuenta de que todos tenemos algo maravilloso que aportar y que puede rellenar un vacío ajeno, compartir tu tiempo con quienes te necesiten, amar a pleno pulmón  aunque sepas que te pueden hacer daño, gritar alto cuando se comete una injusticia y tratar de evitarla, no perder la esperanza, mandar el orgullo a la mierda y que el perdón no nos sea tan complicado, implicarse: mirar de frente, mirar a los lados y fijarse en algo más que en el color de los semáforos. Todos estamos aquí y formamos parte de lo mismo, si no mejoramos, si toleramos los “fiu fiuus ajenos” y la negación/evitación, estaremos tolerando que el mundo se transforme en una sociedad invadida por ciegos emocionales  y por la intransigencia vestida de traje y corbata.       

sábado, 30 de junio de 2012

Crixis (mami y sus Edipos)











I
Más allá del paréntesis y de los puntos suspensivos
caí sobre mis rodillas,
lamí el suelo.
Tierra de nadie sabe áspero.

II

Todo es la basura.
Formamos parte de ella,
la alimentamos y fomentamos
fallando a nuestra identidad infantil
la que jugaba, soñaba y reinventaba,
dejándonos  ¿?ollar por  los medios.
De comunicación. De la mitad del ambiente.
A esa gran mentira que parece necesitemos
le damos nuestros pulmones y corazón
y en el change se pierde la purpurina,
el eco rosado del buen hacer,
 resquicio de alma que pudo ser.

Si escapo, y lo hago,
es gracias al pasaporte mágico
que hicieron mis hijos por mí,
para mirar la tierra desde la luna
y no la luna desde la tierra.