La tinta extensión de las venas, el corazón bombeando agotado
sangre desaturada, los pulmones inventando un aire más respirable… Escribir me
duele. Conlleva dejar la lentejuela-confeti para adentrarme en la parte del
iceberg que cubre el agua. Excavar, mover músculos, diseccionar recuerdos de
percusión insoportable… Escribir me devuelve a la realidad emocional de hueso,
a la tristeza que se derrama formando el charco que evitas, al aliento
dentadura de acero de la soledad soplándote en el oído, susurrando las palabras
exactas que desatan el miedo más aterrador.
Si pacté, y debí de hacerlo siendo pequeña, ganarle tiempo
al tiempo, cambiar el tic-tac por el tac-tic, tuve la valentía y la estupidez
de decidirlo sabiendo que era una guerra imposible: mi comodín sigue siendo la
fuerza y haber aprendido a manejar la síncopa (el tiempo se pone nervioso
cuando le cambias el ritmo). Mi sentencia se cumplirá cuando el cerebro pierda
el ritmo y la capacidad armónica de manejarme en muchos canales. Aguanto con
temple aunque escuche el ruido seco y furioso de las olas contra las rocas del
acantilado. Cuando el sonido se vuelve ensordecedor sordino y me alejo de las
altas rocas quebradas. Aúllo desde meseta y me agarro al suelo con raíces de
baobab. El pensamiento se relaja y las piernas aletean luchando contra la
gravedad del cielo.
Tac-tic son mis hijos. Sin el tac-tic no hubiese podido
mantenerme en vertical. Un ecosistema con rutinas rigurosas que deben de
cumplirse. Les acurruco en la ladera del volcán alejándoles del cráter que a
veces escupe lava de impotencia. Les protejo de mi erupción congelando el magma
que pide rebelión sin piedad. El frío y el calor, crear un microclima que les
proteja y me permita mantener ordenado su ecosistema, seguro y apartado del
resto de ecosistemas en los que debo desenvolverme aunque no me agraden.
Tac-tic y en un sólo día son veinte las nuevas palabras, muchas las sonrisas, el
tacto de nuestras pieles apeluchadas, el momento mágico en que nuestras miradas
se centran y nos dejamos invadir construyendo un concepto de ternura paralela,
más allá de la suavidad comenzamos a existir en una dimensión de tacto
transparente... Tac-tic y me tropiezo con mis ojeras que son sombra de sombra,
la lavadora exige su ropa, los platos su jabón, los alimentos una ubicación
correcta, la fregona su bailoteo de brillos, los libros y los discos su lugar;
los objetos son aliados en ese orden que es mapa de seguridad para mis peques.
Tac-tic y no duermo porque la señora tos amenaza, tac-tic y ya estoy rescatando
a uno de ellos de un mal sueño, del sudor de la pesadilla. Sigue el reloj
enfadado, aturdido todavía por tan absurdo cambio que hice ofreciendo mi vida
si perdía el pulso, esperando a que flojee y decaiga marchita. Las tostadas de
los niños a las 7.15, el desayuno de mis padres a las 7.35, el bus a las 8,20.
Volver y manejarme en el ecosistema de la casa de mis padres, descolocada y
cada vez más callada, con el miedo de que tan sólo una palabra desestabilice el
resto de sensibilidades y la respuesta sea desmesurada. No hay caparazones que
aguanten tanto estrés sin erosionarte. La tensión crece, me siento ofendida
pero me contengo, repito el mantra acogedor que me recuerda que devolviendo el
bien ganas aunque te sientas cada vez más vulnerable. No merece la pena atacar
porque la dentellada acabará sangrando en tu muslo, porque en el último
instante dirigirás la mandíbula hacia tu cuerpo y no serás capaz de devolver el
daño. Muchos años para aprender a sintetizar, esquivar, acoplar, defender y
mantener la vida. Tac-tic y abro el registro de mis roles, madre, pareja, hija,
hermana, amiga. Marco en la orilla imaginaria cinco caminos sobre la arena
húmeda con el consuelo de que todos terminan en el mar. Si la hija falla el
dominó de roles desplaza una pieza contra la siguiente hasta terminar con una
hermosa recta de figuras tumbadas unas sobre otras. Blanco sobre negro. Negro sobre
blanco. Llego al continente de la pareja desorientada y sin desprenderme del
planeta hijos, con la alarma epidérmica que cuando suena te arrebata. La mujer
desdibujada como un boceto que has intentado muchas veces redefinir, ya emborronado,
puños y manos con restos de carboncillo, la impotencia galopando en círculos. La
piel que ha olvidado ser tocada sin asustarse, que se aleja… Observas el
movimiento de esas circunferencias que eres incapaz de resolver o parar.
Necesitas el abrazo pero no lo pides. Necesitas comunicarte pero el miedo cada
vez te vuelve más reservada. No reconocer tu cuerpo y que el deseo no responda
a tu silbido se parece mucho al desierto mental. Amar condicionada. Amar en
rectángulo tras el exilio de la curva. Línea recta. No parar ni un segundo
dirigida por una ansiedad implacable que al darte las buenas noches te recuerda
las cosas que olvidaste hacer y todas las que debes de hacer al día siguiente.
Cereales, peluches que se han convertido en familia, calima, Pulmicort,
chubasqueros, la centena y aprender a llevarte una, recordar que la leche tiene
que estar tibia, la miel, fonemas nuevos que abren fronteras, saber leer y
saber comprender, sumar ocho manzanas, los dientes arriba-abajo-muelas y no
olvidar la lengua, canciones que hacen suyas, hormonas, niños que dejan de ser
niños aunque sigas recordando el matiz exacto de la mirada de pupila infantil, los
deberes, digerir los obstáculos y hacerlos pequeños, “pescar perlas” y dejarnos
poseer por la música, respetar los turnos de ocio, compartir, juegos de manos
juegos de villanos, consolar lágrimas torrenciales y soplar sobre las
petequias, cambiar el chip de la tragedia hasta recuperar sus risas, rescatarlos
cuando han navegado demasiado lejos y se tapan los oídos, evitar la sobre
estimulación, aprender a girar con ellos y a relajarte, manejar un lenguaje en
el que poco a poco entras, ingresos hospitalarios, niños que se ríen de ellos y
la durísima pregunta: ¿soy tonto o
anormal -absolutamente desorientados-?, Xazal porque el Aerius pone a Alex como una
moto, ni tonto ni anormal que eres maravilloso no les hagas caso, dolor terrible por dentro, seguir luchando
para buscar su hueco, “Björk con nosotros” última frase tras despedirse del
padre, disfraces e inventar pelis, frotar con la esponja todas las partes del
cuerpo, apóyate en mami que te puedes caer, malas caras a primera hora.... “cerebro
de gusano”, “mamá castigada”, “cole tachado”, “paparruchas”, “agghco iris”, la
canción del Oso Boog y PinPón, apagar la luz que a uno le da miedo y que al
otro le encanta, democracia luminosa, la velocidad de mis pasos descalzos
corriendo del pasillo a su cuarto, “no hagáis ruidos que los abuelitos están
dormidos”, las broncas, daños colaterales de la interrupción de una siesta con los
Jackson Five a todo volumen, controlar a uno que está en un cuarto mientras el
otro la lía en el otro, la incapacidad de duplicarme, estar mala con 39 y
seguir palante, guerrilla de amor en busca de nuestro lugar en el mundo.
Enfado y rabia al contemplar que son más las personas que
miran hacia otro lado, “fiu fiuuuu.. que estos chavales son distintos y lo
distinto da miedo”, amigos de verdad y amigos de a trozos, parejas con las que
compartiste más a la mujer que a la madre y que como amigos siguen sin
implicarse porque no entienden que ya no puedes separar a la mujer de la madre.
“Fiu fiuuu que tengo un entorno tope majete de la ruta birra-tapas para despertarme
otra mañana sintiéndome más o menos igual de vacío”. "Creo mucho en el amor y en
cambiar el mundo pero lo hago a través del periódico y en las manifestaciones",
cuando la única manera de cambiar el mundo es dándose a los que están más
cerca, no negándolos, bajar las metas imposibles que se convierten en “es que
tal y como está el mundo ya es imposible cambiarlo” y buscar propósitos más
sencillos. Cada día, cada momento puedes hacer algo para mejorar el mundo. Ayudar
a cargar la compra a la vecina de ochenta y tres años, sonreír aunque no te
saluden, escuchar a quien te lo pida aunque resulte cansino, arrimar el hombro
aún cuando estás cansad@, cuidar el medio ambiente (que ya es medio), informarte
de lo distintos y parecidos que podemos ser los seres humanos y de cómo a veces
tenemos que aprender a querer de distintas maneras, observar y darte cuenta de
que todos tenemos algo maravilloso que aportar y que puede rellenar un vacío
ajeno, compartir tu tiempo con quienes te necesiten, amar a pleno pulmón aunque sepas que te pueden hacer daño, gritar
alto cuando se comete una injusticia y tratar de evitarla, no perder la
esperanza, mandar el orgullo a la mierda y que el perdón no nos sea tan
complicado, implicarse: mirar de frente, mirar a los lados y fijarse en algo
más que en el color de los semáforos. Todos estamos aquí y formamos parte de lo
mismo, si no mejoramos, si toleramos los “fiu fiuus ajenos” y la
negación/evitación, estaremos tolerando que el mundo se transforme en una
sociedad invadida por ciegos emocionales
y por la intransigencia vestida de traje y corbata.