Me miro desde dentro
las pupilas amanecidas de sueño
que giran y se miran,
que giran y se miran.
Me vacío la cabeza desde dentro
ahuyentando cabezas blancas y grises
que se aman,
y se atan mutuamente,
y se imponen, y se olvidan.
Me escribo desde la esquina del codo
y me veo lejos, como huida de una mariposa
de alas estrechas y de besos furtivos, amarrados.
Mariposa de pestañas de cobre
que sujeta entre sus cristales
la parte herida y sangrada del alma.
Mariposa libre, que me cubre y que me acaba
-aleteo de mariposa enamorada y desnuda-
que me mata de silencio, de mar sudado.
Me escucho de dentro de los labios
reventada de versos torcidos
que no hacen sino mecerse en el abismo
ignorando que no son más que el respirar
de una tinaja con pulmones de pez desbocado.
Me pienso muy calladita escondida en un dedo,
en la lágrima furiosa que cabalga mis hombros,
en el reír que brota de la ballena azul
que escondo en mi nuca desierta.
Me siento desde mar y así me grito.
Acabo encontrándome sobre la orilla,
deshinchada de tantos rostros y tantos miedos,
soplando mil conchas agitadas de sangre.
Me siento desde mar que lucha por huir de sí mismo
y que jamás se encuentra. -¡Pisoteo sus olas con furia!-
y me busco con ansiedad que abre llagas en los brazos;
me busco gritando sorda,
me busco llorando arena.
Me persigo desde dentro.
Nunca llego. Nunca acabo.
(Poemario de 1995)
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